«El no-todo y la excepción». Por Gabriela Camaly

José Lachevsky, Christian Martín, Ana Piovano, Belén Zubillaga, Gabriela Rodríguez, Mariana Isasi, Gabriela Camaly.

“El no-todo y la excepción” ([1])

Gabriela Camaly

Les agradezco mucho a José Lachevsky y a todo el Directorio de la Sección La Plata por haberme hecho esta invitación. Debo confesar que me han puesto a trabajar de manera sostenida durante el último mes porque la propuesta de tratar de esclarecer algo respecto de la diferencia entre el no- todo y la excepción no es algo sencillo.

He armado un recorrido que en parte voy a leer y en parte no, para ir comentando algunos pasajes y avanzaré hasta donde sea posible.

Primer punto. Perspectivas. Se trata de situar la lógica que me parece que conviene tener presente y que para mí es una preocupación fundamental. En primer lugar, que el saber del psicoanálisis no sea un saber muerto, que sea un saber que nos permita orientarnos respecto de la práctica hoy. En segundo lugar y más específicamente, ubicar qué implicancias tiene esta lógica del no-todo que inaugura la última enseñanza de Lacan respecto de la práctica analítica. Es decir, ¿para qué nos sirve en la práctica del psicoanálisis hoy? Entonces, voy a situar tres perspectivas.

La primera perspectiva es la incidencia de esta lógica planteada por Lacan respecto de relación entre los sexos y, de manera especial, respecto del posicionamiento del sujeto respecto de su singular vivencia de la sexualidad.

La segunda perspectiva es la implicación pragmática si extendemos el no-todo al campo del goce en tanto tal, que es la hipótesis planteada y desarrollada por Miller en su curso del 2011. Miller presenta al goce femenino como el “goce en tanto tal” y entonces, como consecuencia, el no-todo que surge de lo femenino tiene consecuencias que se extienden a todo el campo clínico.

La tercera perspectiva, no menos importante, es justamente que esta cuestión del no-todo es tanto más importante para nosotros en la medida en la que en la “Nota italiana”, como citaba recién Ana, Lacan afirma que el analista surge del no-todo y que no cualquiera se autoriza a hacerse analista. Que el analista surja del no-todo y que no sea suficiente el análisis, sino que además haya que dar pruebas, es un punto fundamental. Lacan sostiene allí que se sabe del analista porque “funciona” y, por ende, se puede leer que “hay del analista” a partir de los efectos. Entonces, esto implica que Lacan aplica la lógica del no-todo para pensar el final del análisis, pero para pensar especialmente el pasaje de analizante a analista y cómo esto incide respecto de la práctica analítica. Por consiguiente, la lógica del no-todo está en relación directa con la formación del analista y con la transmisión del psicoanálisis. 

Segundo punto. El no todo y la excepción. He ido a releer varios pasajes subrayados de los seminarios 18, 19 y 20 porque, en realidad, Lacan sostiene que “La” mujer no existe ya en el seminario 18, si bien la formulación final de las fórmulas de la sexuación está en el seminario 20. En efecto, Miller dice que el seminario 19 es un taller, la antesala de lo que va a plantear Lacan en el seminario 20 mucho más formalizado.

En el seminario 18 encontramos la afirmación de que “La” mujer no existe que se sostiene a partir de un cuestionamiento radical del falo y sus significaciones a partir de lo que Lacan ya ubica allí como la presencia del goce femenino. Les leo una cita de Lacan del seminario 18: “Lo que muestra el mito del goce de todas las mujeres es que no hay todas las mujeres. No hay universal de la mujer. Esto es lo que plantea un cuestionamiento del falo, y no de la relación sexual, respecto de lo que ocurre con el goce que aquel constituye, puesto que dije que era el goce femenino”.([1])

Lo que hace Lacan es volver al mito freudiano de Tótem y Tabú  para ubicar que ese mito tiene una función clave porque denota una imposibilidad estructural. Es decir, gozar de todas las mujeres es un imposible en tanto tal y solo se sostiene a nivel del mito. La creencia de que hay uno, al menos uno que escapa a la ley de la castración y que podría gozar de todas las mujeres, es un imposible. Es decir, que esa suposición, esa creencia, ese imaginario que dice que hay al menos uno que no estaría afectado por el falo, es lo que después permite lógicamente constituir el conjunto de todos los que sí están afectados por la lógica de la castración. Entonces, hay una excepción que es el padre imaginario, el padre mítico, que es un padre que no existe en la realidad, aquel que gozaría de todas las mujeres. Sobre esa excepción mítica se funda una existencia de carácter lógico. La función lógica, la existencia del “al menos uno” que no estaría castrado, es el elemento sobre el cual se constituye el lado masculino de las fórmulas de la sexuación. Subrayemos eso: dicha excepción es necesaria y se sostiene en la existencia lógica del “al menos uno” que no estaría castrado.

Entonces, extraigo tres consecuencias:

1. Este “al menos uno” no castrado en el cual se sostiene la excepción es mítico, no es real.

2. A diferencia del mito de Edipo, aquí ya no se trata de la madre sino de las mujeres como objeto del goce del padre y, por eso mismo, devienen objetos prohibidos. Ya no son pues las madres –dice Lacan-, sino las mujeres del padre como tales las que están concernidas por la prohibición. O sea que se produce un pasaje de lo materno a las mujeres como objetos de goce.

3. La imposibilidad estructural de gozar de todas las mujeres, es decir, de que no haya límite al goce, impide escribir el universal de lo femenino. No hay “todas las mujeres” y con ello se perfila la inexistencia de “La” mujer. Sólo a nivel del mito ellas existen en calidad de todas, eso es lo que sostiene Lacan porque, en realidad, a las mujeres les conviene el no-todo. De este modo, se pone en evidencia la tensión, “la esquicia” es el significante que usa Lacan, entre lo que plantea el mito de Edipo y Totem y Tabú. En Edipo, primero está la ley del padre que antecede el acto, luego la realización del goce incestuoso y, como consecuencia, el acto brutal de Edipo que se arranca los ojos para producir sobre sí la castración real del objeto, ahí donde una castración simbólica no ha operado. En cambio, en Tótem y Tabú, el goce es lo que está en el origen, es la figura del padre que goza de todas las mujeres la creencia mítica central y la ley se instituye después, a partir de la inscripción del padre en lo simbólico, el padre muerto. Esta operación preanuncia la inexistencia de “La” mujer. Hay un pasaje precioso en el seminario 18 que dice: “… La mujer llegado el caso, como este texto apunta a demostrar, quiero decir el en-sí de La mujer, como si se pudiera decir todas las mujeres, La mujer, insisto, que no existe, es justamente la letra -la letra en la medida en que es el significante de que no hay Otro, S(Ⱥ)”.([2])

Tercer punto. “Gozar es gozar de un cuerpo”, afirma Lacan en el seminario 19. Y lo que vamos a encontrar en este seminario es algo que considero muy importante porque hace una distinción entre el goce sexual y lo que Lacan llama el “goce a secas”. El goce sexual, definido como “aquél que abre al ser hablante la puerta al goce”, es articulado de manera directa a la función del falo (Фx), ya que es por la relación entre el goce y el falo que el goce del cuerpo adquiere sentido sexual. Pero el goce del cuerpo, cuando es tomado a secas, no es el goce sexual.

Lacan, en el seminario 19, acentúa cada vez más la pregnancia de un goce que no tiene sentido sexual. Gozar es simplemente gozar de un cuerpo y eso no tiene ninguna especie de sentido. En todo caso, el sentido se agrega después como lectura por parte del sujeto, del parlêtre que es el ser hablante, como intento de subjetivación del goce, como esfuerzo de simbolización de lo que lo afecta a nivel del cuerpo.

Respecto del goce femenino, se puede tomar en consideración la cita clásica de Lacan: “Hay un goce de ella, de esa ella que no existe y nada significa. Hay un goce suyo del cual quizá nada sabe ella misma, a no ser que lo siente: eso sí lo sabe. Lo sabe, desde luego, cuando ocurre. No les ocurre a todas”.([3])  Lacan lo dice en el seminario 20, pasamos años, siglos, esperando que ellas digan algo, pero no dicen nada. No es porque no lo quieran decir, porque se guarden un secreto. Es porque se trata de un imposible de decir.

Subrayo entonces dos cuestiones respecto del goce femenino -situado por Lacan como un goce en relación a lo indecible- y de este movimiento que va del goce sexual al “goce a secas”.

1. No hay saber en lo simbólico sobre este goce llamado “femenino”. Ellas no dicen nada porque hay algo ahí que no puede ser dicho.

2. Sí hay un saber respecto de ese goce: se sabe porque se siente y la sede de ese goce es el cuerpo propio. El único saber que hay respecto de ese goce es porque hay un registro sensible del cuerpo, pero no hay significante para nombrarlo, por eso es indecible. Y por eso Lacan define a este goce, cada vez que habla del goce femenino, como un goce Otro, un goce más allá del falo o, tal vez podamos decir, “más acá”.

Efectivamente, hay una modalidad propia del goce sexual de las mujeres a nivel del encuentro entre los cuerpos, del encuentro entre los sexos y sus goces. Esa singularidad de la experiencia femenina del goce sexual le devela a Lacan que existe un goce que se sustrae del campo de todas las representaciones posibles y se presenta como suplementario respecto del falo.

Cuarto punto. Entonces, “la mujer es no toda, porque su goce es dual” ([4]). Les presento nuevamente una cita del seminario 19. Si bien la mujer participa de la función fálica, Lacan señala que “la raíz del no-toda es que ella esconde un goce diferente del goce fálico, el goce llamado estrictamente femenino, que no depende en absoluto de aquél” ([5]). Y es por esta dualidad, por la relación al campo fálico y a otro goce del que solo se sabe porque se lo experimenta pero del que nada puede decirse, que Lacan define la relación de la mujer al goce como una relación dual.

Pienso que el haber podido cernir que hay un goce que hace parte de la experiencia de las mujeres y que excede al campo fálico, es lo que conduce a Lacan a escribir el no-todo. Es decir, lee la inscripción fálica y lee también que hay un goce Otro que se escribe no-todo fálico. Y entonces, como consecuencia, recién a ahí se puede escribir el Otro y su barradura S(Ⱥ) y, por consiguiente, la inexistencia de “La” mujer, haciendo lugar a la inscripción de una por una en una serie abierta e infinita. 

Quinto punto. El Uno-solo-de-goce. Antes de concluir, voy a tratar de ubicar algo en relación al Uno-solo-de-goce, tema muy complejo, por cierto. El punto fundamental que quiero destacar es que el axioma lacaniano “no hay relación sexual” va de la mano con el “haiuno”. En el seminario 19, Lacan va pasando por las distintas formulaciones del Uno. Hay que aclarar que en el psicoanálisis no hay un único Uno. Entonces, es necesario entender cuál es el Uno del “existe al menos uno”, aquél que se presenta como una excepción lógica sobre el cual se funda el campo de lo masculino, para poder distinguirlo del Uno-solo-de-goce que es otro Uno muy diferente. Es decir que existe el “al menos uno” que no estaría castrado, que solo existe a nivel del mito y que lógicamente funda un conjunto de todos los demás que sí están afectados por la castración. Pero ese uno de la excepción lógica no tiene nada que ver con el “haiuno” del Uno-solo-de-goce.

El “haiuno” del Uno-solo-de-goce está del lado de una marca de goce, un Uno-solo que no se articula a ningún S2, no hace cadena y entonces no entra dentro de la lógica fálica. Ese Uno-de-goce nos queda del lado de la lógica del no-todo que es la lógica de lo femenino. Pero hay que aclarar que es Miller quien hace una operación de lectura inédita de la última enseñanza de Lacan. Él ubica que es el goce femenino el que le abre a Lacan las puertas de su última enseñanza, porque una vez que se anota el no-todo falo, eso excede el campo de los hombres y las mujeres, excede el campo de la sexualidad, y nos permite pensar aquello que del goce se inscribe para cada sujeto como marca del Uno del cuerpo, del goce del cuerpo que no es del orden de lo sexual y que no tiene ningún sentido. Esa marca de goce, ese Uno-solo, está en el núcleo más íntimo del síntoma, porque ese goce hace acontecimiento de cuerpo, al igual que el goce femenino que produce un acontecimiento. Se trata de una emergencia de goce, tal como lo trabajó Miller en la conferencia sobre el inconsciente y el cuerpo hablante. Esa es la gran perspectiva sobre la que me parece que vale la pena que, como Escuela, nos pongamos a trabajar porque abre una orientación fenomenal para la práctica del psicoanálisis.

Notas

 (1). Este texto es producto de la desgrabación y establecimiento de la intervención oral en la Segunda Noche de Directorio de la Sección La Plata, el 30 de junio de 2021. Revisado y corregido por la autora.

 (2)  Lacan, J., El  Seminario, libro18, De un discurso que no fuera del semblante, Paidós, Buenos Aires, 2009,  pág. 64.

 (3) Ibíd, pág. 101.

(4) Lacan, J., El Seminario, libro 20, Aun, Paidós, Buenos Aires,  1985, pág. 90.

 (5) Lacan, J., El Seminario, libro19,… o peor, Paidós, Buenos Aires, 2012,  pág. 101.

(6) Lacan, J., El Seminario, libro 20, Aun, Paidós, Buenos Aires, 1985, pág. 101.